Métrica libre (o asalvajada, según se mire).

Y amor. Y dolor también.
Y soledad.
Y la luna, cada noche, plantada en mi cabeza.



domingo, 10 de abril de 2011

Carta de una piedra

Esta danza de telas que bailamos no tiene nombre, no se llama ni se llamará nunca como ellos quieren.
Ellos, si quieren, que miren, aunque no entiendan.

Esto, que es todo lo contrario a matemático (para el que encuentre la palabra la perra gorda) termina devolviéndonos la bofetada para que aprendamos que el espacio, al final, no es infinito. No tiene forma hexagonal ni es cuadrado tampoco. Es tan redondo que ni siquiera nos queda el cobijo de una esquina donde escondernos para mirarnos... aunque no me toques.

Pero ya me conoces, y estoy loca. Lo de conformarse no va conmigo (como tú, que tampoco vienes).

Llevo un rato investigando con el cordón de un zapato, dibujando círculos sobre mi escritorio, repleto de fotos desde donde alguien me mira sin cambiar el gesto, y se devanan los sesos las yemas de mis dedos buscando alguna dimensión desconocida que permita que quepas, porque me muero de ganas por hacerte sitio.

No lo consigo. Ya no me queda nada, salvo tiempo. El tiempo es lo único que me sobra. Dicen que no es material, que no es corpóreo, pero a mí me pesa hasta doblarme la espalda este tiempo que sólo nos sirve como excusa. Este tiempo que cuento cada diez segundos como el que tira de una cuerda, mano sobre mano, sabiéndose una brazada más cerca de no sabe qué, pero con prisa.

Que no nos queda nada... si no me tocas.

Y a mí me toca ahora estarme quieta, creerme escultura, como un mimo, fingir que soy de piedra y que no lato; que no siento, que no te recuerdo ni te extraño.

Simular que soy de piedra y que no respiro, que no vivo contando el tiempo cada diez segundos como el que tira de una cuerda, mano sobre mano, sabiéndome una brazada más cerca de no sé qué... pero con prisa.



1 comentario:

Anónimo dijo...

Ay....

Gracias querida, inutil, pero gracias.

No, no inutil, nunca inutil. Pero...

Gracias, eso seguro.